viernes, 10 de enero de 2014

ELLAS.

Alice dormía plácidamente, todo era ilusión, todo era sueños por cumplir y sueños cumplidos. Estaba segura de lo que hacía, nada le haría dar un paso atrás, su seguridad era la del viejo capitán de pesquero que los años le hicieron volar sobre los temporales gracias a un pacto con Poseidón y con el barlovento. Annie no podía dormir, esta vez el motivo no era su barriga embarazada, si no el no saber cantar una nana, el no poder controlar que la lluvia mojase a su hijo, el saber que no contaba con su familia, el desconocer la reacción de una sociedad ante un niño con dos madres... Todo era un vendaval de ideas que no le dejaban dormir. Pero ahí estaba la mano de Alice, con su seguridad, sobre su barriga. En ese momento supo que una mano pudo más que todo lo que podría venir en pocos días, que una mano, junto a la otra y las dos suyas serían capaz de luchar y combatir contra mareas, recoger todo el trigo del mundo y todo lo que hiciera falta por sacar a ese niño adelante. Y allí se encontraban, las dos, en un pequeño colchón, sin sábanas ni edredón, desnudas, sin frío ni calor.
Annie and Alice, Lucian Freud.

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