miércoles, 29 de enero de 2014

EL PUEBLO DEL SILENCIO.

Cuenta la leyenda que en los inicios era el Pueblo del Silencio. Nada se podía oír por sus calles, ni por su paseo marítimo, ni por sus playas. Las gentes no decían palabra, los perros no ladraban ni la lluvia sonaba. Cuentan que el rey de aquellos lares fue un rey de los malos (no era excepción de entre los reyes que reinaron y que siguen reinando). El rey comenzó a exprimir al Pueblo del Silencio, pidiendo casi todo el trigo al molinero y casi toda la faena al agricultor y al marinero. Se llevaron a algunas campesinas, para el servicio personal del rey, y a jóvenes. En el Pueblo del Silencio, el silencio comenzó a provocar enfermedades, epidemias, pestes y problemas cardiacos a los ancianos y ancianas. Lo último que pudo llevar a cabo este rey fue la imposición de un nuevo dios, un dios que se tenía que temer, que buscaba el silencio y que no se sabía muy bien de donde salía. En todo caso, en el Pueblo del Silencio tenían ya sus dioses: los Vientos, la Marea y la Lluvia. Eren fieles a sus dioses y el pueblo se encontraba plagado de templos dedicados a ellos. El pueblo se sentía enfermo, sus gentes morían poco a poco. Una tarde de primavera, una campesina convocó a sus vecinos y compañeros bajo la torre del pueblo. Tras varios debates y discusiones, la decisión fue clara, combatir al rey. Asediaron la torre y tomaron las armas. No muy tarde el rey mandó a sus tropas a combatir al Pueblo del Silencio, que ya gritaba, que dejó el silencio fuera de sus fronteras. Las tropas se situaron junto al mar, les superaban en número, pero invocaron a sus dioses. El viento comenzó a soplar fuerte, desestabilizando a la caballería real, la lluvia no dejaba ver a los arqueros y la marea, por último, se acercó poco a poco al rey y sus militares, sorprendiéndoles por las espaldas y acabando con todos y cada uno de los que se atrevieron a combatir al pueblo. Desde aquel día, donde el Pueblo del Silencio gritó y sus dioses derrotaron al rey, dicen los que viven en aquel pueblo, que, tras caer algunos días de primavera, los dioses vuelven al pueblo, y la marea suena como un murmullo constante y recorre las calles vacías y oscuras, metiéndose poco a poco por todas las puertas de las casas; la lluvia y los vientos comienzan a jugar y a celebrar, golpeando ventanas y azoteas. Los que viven en el antiguo Pueblo del Silencio, saben que son momentos de celebración y conmemoración a aquellos que algún día los liberaron del silencio. Ellos siguen orando y pidiendo a sus dioses, que les recuerdan que jamás se irán de allí y que siempre estarán con ellos.
Silencio, Joan Miró.

martes, 21 de enero de 2014

QUIÉN FUERA.

Quién fuera forastero en este pueblo... Quién pudiera ver este pueblo por primera vez, sorprenderse por sus calles, sus gentes. Quién pudiera alojarse en este pueblo por unos días, ver las puestas de sol, ver cómo la luna se refleja en su mar, poder orar por primera vez a estos dioses, que son los vientos y las mareas, venerados por marineros y agricultores. Quién pudiera pasear por esta orilla por primera vez, pisar la arena mojada con el viento de poniente en la espalda. Quién tuviera la suerte, y el destino, de parar aquí y poder probar su pescado y su verdura, de poder perderse por sus antiguos barrios, pasear por los callejones que se pierden por el pueblo y que siempre te llevan al mar. Quién pudiera seguir sorprendiéndose contigo, con tu campo y tu mar, con tu aire salvaje, con tus aguas saldas y tu río, con tu sol de primavera. Quién pudiera escribirte un poema a bordo de un barco pesquero y enviarlo a otras tierras mediante una botella de cristal. Quién pudiera seguir amándote como la primera vez, quién pudiera seguir sonriéndote como ayer. 
Los Bateles, 2013, Susana Solís Zara. 

lunes, 20 de enero de 2014

BAÑO RELAJANTE.

Se fue a dar un baño. Puso el tocadiscos, un vinilo de los años setenta de rock, una mezcla de varios artistas. Sonó "Big Balls", de AC/DC. Encendió el agua caliente. Vertió sales y jabones. Se desnudó al ritmo de la canción, con una sonrisa en la cara. Rozó con el pulgar de su pie izquierdo el agua, demasiado caliente, pero se metió en su bañera y una vez dentro encendió el agua fría. Comenzó a sonar "My life", de Billy Joel. Colocó una toalla tras su cuello y colocó su cuerpo a lo largo de la bañera. Disfrutaba del momento, el agua caliente, los olores de los jabones, la música... Sonaba "Don't let me now", de los Beatles. No sabía inglés, pero no le importaba. Comenzó a jugar con el agua, a soplar la espuma del jabón. No quería soñar, no quería otra vida, quería seguir disfrutando de aquello. El agua se iba enfriando, así que volvió a encender el agua caliente durante algún momento. El agua volvía a estar agradable para ella y así, comenzó "At last" de Etta James. Allí, en aquella bañera, en aquel momento, fue feliz, no necesitaba nada mas, ni le sobraba. Sabía que la felicidad era tan efímera que no podía pensar en ello. Sabía que no podía tener mejor amante que su propio corazón. Sabía que aquello terminaría, pero que aun duraba. 
El baño, Fenando Botero.

domingo, 19 de enero de 2014

EL VIAJE EN TREN.

Miró por la ventanilla, veía pasar los verdes bosques y las colinas. El ruido del tren le acababa de despertar tras unas horas durmiendo. Seguía cansado. Miró a su alrededor, todos dormían. Todavía quedaba alguna hora que otra para llegar al destino. Estaba atardeciendo, el sol pintaba de naranja y morado las escasas nubes que pasaban por allí. Sólo se escuchaba el ruido del tren y un niño llorando dos vagones más atrás. No pensaba, solo observaba, seguía un poco adormecido. Miró su billete, era un papel impregnado de melancolía, tristeza, esperanza e ilusión. Se sentía raro, nunca había salido de su país y se encontraba ya a kilómetros de la frontera. Llegaría en un par de horas a un pueblo del norte de Francia, donde tendría una nueva vida, llena de incertidumbres y un destino, ante todo, incierto. Se encontraba allí, sentado, mirando por la ventanilla, con el último sol de su vieja vida. Se encontraba ante el último sol de una era, era donde la felicidad dio paso a la tristeza y esta, finalmente, acabó con la era. Una era que debía morir, y él, se lo puso fácil. Miró un segundo hacia atrás, pero supo que no era la aptitud adecuada. Corrigió su mirada y se quedó dormido viendo como el viejo sol se moría tras una colina, apagándose y dando lugar a la noche de la transición entre eras. 
The River, Terence Cuneo. 

jueves, 16 de enero de 2014

LA VERDADERA FELICIDAD ES REVOLUCIONARIA.

La verdadera felicidad es revolucionaria, y la verdadera felicidad es aquella que es consecuente y consciente. La verdadera felicidad no es la de los ignorantes, la que lo dejó todo en manos de un pacifismo que dejaba en "paz" a los poderosos. La verdadera felicidad no es aquello, ni lo otro, la verdadera felicidad es más que una sonrisa, o un buen café en compañía. La verdadera felicidad es continuada y constante. La verdadera felicidad se preocupa, la verdadera felicidad es inquieta. La verdadera felicidad es coraje y justicia, es amor y es odio, pero nunca pena, ni victimismo, ni melancolía. La verdadera felicidad fue a la guerrilla, y volvió triunfante. La verdadera felicidad es una sensación difícil y compleja, no es un sentimiento de andar por casa, ni una sensación efímera que termina cediendo ante otros sentimientos y sensaciones. La verdadera felicidad puede debilitarse, puede ser atacada, pero nunca desaparece, porque es verdadera felicidad, porque es puramente revolucionaria. 
La vida multicolor, Wassily Kandinsky.

miércoles, 15 de enero de 2014

OLVIDO.

Esperaba olvidar las coordenadas de aquel punto de su cuello que hacía estremecerle y ponerle la piel de gallina. Quería olvidar aquella forma de besar sus labios que significaba mucho más que un beso y que los llevaría a desnudarse en instantes. Necesitaba olvidar la sensación que provocaba aquellas caricias en su pelo y aquellas manos recorriendo su espalda. Tenía que olvidar todo lo que soñó, todo lo que pensó, todo aquello que llenaba sus noches de utopías y sonrisas silenciosas. Una noche, de aquellas que se quedaron vacías, aprovechó el insomnio para que le diera el aire de la calle... Pasaría noches y noches de borracheras y funerales, en las que el ron le traía una corona de flores con una cinta que anunciaba: "Mi alma y yo ya te hemos olvidado". A la mañana siguiente nada recordaba, excepto a ella, y las coordenadas de aquel punto de su cuello, aquella forma de besar que les desnudarían, aquellas caricias que le estremecían... Así cada noche, así cada mañana.
Las arenas del olvido, Guillermo Pérez Villalta.

martes, 14 de enero de 2014

ELLA. ÉL.

Se quedó allí, llorando, esperando un arrepentimiento que la hiciera aparecer por el espejo. Pasaba el tiempo y así, su llanto aumentaba. Recordaba momentos dulces, recordaba las pasiones vividas, los besos dados, los negados y los robados. Recordaba y lloraba, no era feliz. Minutos antes le suplicaba que lo culpara, que le diera un motivo por el que no merecía la pena seguir con él, que le dijera sólo un error que hubiera cometido. Ella explicaba que él era bueno, que se había portado bien y que no podía pedirle más, y justo eso era lo que impedía seguir con él, el saber que por su parte no se podía dar más y que por la otra parte, no se podía pedir más. Ella, simplemente, no era feliz, lo quería, quizá, pero no era suficiente.
Él seguía llorando, recordando sus palabras. Ahora todo podía ser recuerdo, u olvido. Ahora todo sería diferente, se hizo mayor con ella, dejo su niñez atrás con ella, viajó con ella, comió con ella, durmió con ella, la amó, la quiso. Recordó incluso aquello que no vivieron: un viaje a París, una casita en el campo, un hijo (quizá), envejecer juntos frente al mar...El amor de su vida se fue, quizá para siempre, y se quedó sin ese amor, sin sus besos y con los recuerdos más bellos que se recordarán jamás.
Memory of Paris, Marc Chagall.

lunes, 13 de enero de 2014

QUERER.

Quería ser pescador en algún pueblo frío y verde, en el norte. Quería tener un pequeño barco, con sus redes y aparejos. Quería madrugar cada mañana en alguna buhardilla de alguna casita de piedra. Quería pasar frío en alta mar y jugar a ser pirata, buscar algún tesoro. Quería vender su pesca en alguna viaja lonja y llegar a casa para prepararse algún pescado azul en el horno, con una buena guarnición de verduras de su propio huerto. Quería comprar huevos a su vecina, que el panadero dejara el pan, aún humeante en el pomo del portón de madera, comprarse una gorra marinera, ser poeta; y pintor, visitar los pueblos de alrededor, dormir con su tienda de campaña en lo alto del monte, una noche fría y de lluvia, o en una noche de primavera. Quería ser feliz. Quería... quería olvidarla.
Marinero, Peré Pruna.

domingo, 12 de enero de 2014

EL POETA.

El poeta dejó de ser un viejo, con gafas y barbas, marginado por las gentes y un tanto loco. El poeta ahora tenía que mimetizarse con la sociedad, para ser un genio de entre ellos, para escribir versos que fueran comprensibles, emocionantes y sorprendentes a la vez. El poeta dejó de escribir en torres de cristal para escribir en las plazas, en la calles, en las tiendas, allí donde hubiera gente. El poeta dejó de escribir sobre dragones y princesas, sobre lugares que nunca existieron, sobre personas imposibles. El poeta fue hombre, y fue mujer, pero seguía siendo un genio, en ocasiones incomprendido (por aquello de la genialidad) y otras, querido. El poeta, fue poeta del Pueblo, y fue a la guerrilla con él y sangró, sufrió, venció, perdió y murió con el Pueblo. Se fue con el Pueblo, pero volvió de su mano. El poeta murió, encarcelado y marginado, pero no por el Pueblo. El poeta murió, pero el Pueblo vivía para recitar todos aquellos versos en las plazas, las calles y allí donde hubiera Pueblo. El poeta murió, pero el Pueblo seguía atento, con los fusiles en pie y sus versos en el viento.
Retrato de Miguel Hernández, Antonio Buero Vallejo. 

ILUSIÓN DE VERANO.

Un bonito sauce se emocionaba. Unos niños jugaban a su alrededor, sin camisetas, niños y niñas sin camisetas, eran libres. Jugaban con unos cubos de agua, el sol calentaba sus espaldas y sus voceríos y carcajadas se podrían oír al otro lado del mundo. Llegó la madre de uno de ellos, en una mano llevaba una cesta llena de bocadillos, en la otra mano un cigarro a mitad de consumir y en el hombro unas cuantas toallas. Esto significaba ir a la cala que había cerca de aquella casa del sauce. Iban solos por el camino de tierra y arbustos, iban felices, hablaban de sus cosas. Iban subiendo la gran duna que había justo al empezar la playa. Llegaron a la cima de aquella duna, estaban colocados en fila en paralelo a la orilla, al fondo, una puesta de sol que bañaba de naranja y violeta toda la cala. El niño que portaba la cesta con los bocadillos la soltó. Todos miraban entusiasmados pero con cierta seriedad aquel espectáculo. Una cala solitaria, aquella puesta de sol, las siluetas de aquel grupo de ilusión y esperanza, la fresca brisa que erizaba sus vellos. Se empezaron a mirar entre ellos, soltaron las pocas pertenencias que llevaban, se les dibujó a todos una gran sonrisa en la cara y de repente, al unísono, comenzaron velozmente a bajar por aquella duna, corriendo, dando volteretas, saltando... Llegaron a la orilla y comenzaron a salpicarse entre ellos, a hacerse zambullidas, a nadar y bucear en aquella balsa de aceite. Cuando estaban cansados, aun no había terminado de ponerse el sol, y subieron a la duna, a sentarse en las toallas y contemplar el último sol del verano. Alguna risa se convirtió en lágrima, y todos se abrazaron cuando el último rayo de sol se fundió en el horizonte con el gran océano. Terminó el verano, con una cesta llena de bocadillos y unos niños llenos de emoción, libertad e inocencia. 
Puesta de sol, Nicanor Piñole.

sábado, 11 de enero de 2014

NUESTRO CASTILLO.

-No te diré que no encontrarás a nadie que no te ame ni igual ni más que yo, porque no lo se. No te diré tampoco que sin ti no soy nadie, porque lo soy, ni que sin ti me voy a morir, porque seguiré vivo, a mi pesar. Ni te diré que el viento se parará, porque seguirá soplando y acercándome tu aroma hasta mi cama, ni que el tiempo dejará de correr, porque seguirá corriendo y arrastrando tu recuerdo a mi mente. No te diré nada de eso, porque te sigo queriendo, y no te mentiré. Se libre, como ya lo fuimos al construir nuestros sueños, castillos llenos de color, donde tu y yo combatíamos las injusticias, en aquel castillo donde fuimos felices matando a poderosos dragones devoradores de aldeas. En aquel castillo donde fuimos más que amigos, pero sobre todo, amigos. En aquel castillo que fuimos derruyendo poco a poco, sin saber cómo ni por qué, pero que ahora está en ruinas, hecho escombros. Simplemente te diré que aquí tienes mis manos, capaces de ir colocando de nuevo cada piedra y cada sueño, para volver a mudarnos a aquel castillo en el que tu y yo, fuimos más que felices.
Jardin del palacio de Viznar, Santiago Rusiñol Prats.

DOLOR.

Dolía, dolía el silencio que desprendía su boca cerrada. Dolía que sus ojos le huyeran, hasta descansar en cualquier parte de la habitación. Dolían los roces, las caricias. Dolía el olor de su pelo y el sonido de sus dedos cuando los hacía crujir mientras pensaba en a saber qué. Dolía la ausencia de sonrisas, de risas y carcajadas, dolía el recuerdo de saber qué nada de eso volvería. Y dolía, por encima de todo, la impotencia ante aquella tragedia.
Beech Forest I, Gustav Klimt.

viernes, 10 de enero de 2014

ELLAS.

Alice dormía plácidamente, todo era ilusión, todo era sueños por cumplir y sueños cumplidos. Estaba segura de lo que hacía, nada le haría dar un paso atrás, su seguridad era la del viejo capitán de pesquero que los años le hicieron volar sobre los temporales gracias a un pacto con Poseidón y con el barlovento. Annie no podía dormir, esta vez el motivo no era su barriga embarazada, si no el no saber cantar una nana, el no poder controlar que la lluvia mojase a su hijo, el saber que no contaba con su familia, el desconocer la reacción de una sociedad ante un niño con dos madres... Todo era un vendaval de ideas que no le dejaban dormir. Pero ahí estaba la mano de Alice, con su seguridad, sobre su barriga. En ese momento supo que una mano pudo más que todo lo que podría venir en pocos días, que una mano, junto a la otra y las dos suyas serían capaz de luchar y combatir contra mareas, recoger todo el trigo del mundo y todo lo que hiciera falta por sacar a ese niño adelante. Y allí se encontraban, las dos, en un pequeño colchón, sin sábanas ni edredón, desnudas, sin frío ni calor.
Annie and Alice, Lucian Freud.

jueves, 9 de enero de 2014

REFLEXIÓN.

Su cara arrugada no mostraba más que una resignación tranquila, sin frustraciones ni alteraciones. Nada tenía, más que un rosario en el que no creía y lo poco que vestía. Tranquila, estaba tranquila, no era desesperación por lo que sostenía entre sus manos un rosario, era sólo un ejercicio de reflexión. Recapacitaba sobre su vida, sobre lo que podría haber hecho y no hizo, pero sobre todo, de lo que hizo hasta ese mismo momento. No había balanza donde colocar lo positivo frente a lo negativo, si no una mirada retrospectiva de su intimidad, una mirada que no buscaba más que una síntesis para saber quién había sido y quien era. Quizá nunca encontrara la respuesta, quizá encontrara antes a la muerte, sin guadaña ni capa negra, si no una muerte que la llevaría a saber dónde, de la mano y con paciencia.
La vieja del rosario, Wilfredo Lam.

DESNUDA.

Después del mal trago, de tantas dudas y sentimientos encontrados, se quitó la ropa lentamente. Aquel momento se le antojaba mágico, era ella a flor de piel. Poco a poco se le iba marcando una leve sonrisa en su preciosa cara. Se miró al espejo, observó su desnudez, esto hizo que se marcara aún  más esa sutil sonrisa que podría enamorar a cualquiera. Sus curvas eran como la melodía de un viejo piano en un solitario bar, olor a ron y tabaco negro. La moderna lámpara de aquella habitación hacía tornar su piel roja. Miraba las luces y sombras con las que jugaban esa lámpara y su cuerpo, se divertía, pero estaba cansada. Se recogió el pelo con su mano derecha y dejó caer su cuerpo, lentamente, pero libre, sobre el suelo. No pensaba en nada, simplemente sentía.
Desnudo sentado en rojo, Marc Chagall.

LIBERTAD.

Ya se encontraba consigo mismo y nadie más en aquella gran habitación. Se encontraba raro. Le acababa de decir a la mujer de su vida lo que nunca se esperaba que saliera de su boca:
-Seguiré siendo libre, porque ya lo fui contigo, y en eso, nada cambia. Te echaré de menos, sentiré pena y coraje, lloraré. Lo lamentaré toda mi vida y tu sabrás que siempre estarás en mi mente. Pero ahora sigo siendo libre, sigo queriendo quererte, sigo queriendo desearte, porque nunca fuiste mía, porque tú, también fuiste libre, y tú, no eres de nadie más que de ti misma. Ahora no te ahogaré con chantajes camuflados en victimismos ni penas rastreras. Ahora, sigue siendo libre, sigue actuando con la libertad que te dio tu madre al parirte y que algunos intentan quitarte con sucias ideologías que no son del pasado (si quiera), que son atemporales, porque siempre que haya libertad, habrá odio hacia ella. Yo no odiaré tu libertad, porque es tuya, y te sigo queriendo.
Bañista sentada en la orilla del mar, Pablo Picasso.

miércoles, 8 de enero de 2014

ESPERANZA.

Su luz era diferente, pensaba. Transmitía una energía especial, era una joven, no demasiado espectacular. Acababa de verla por primera vez, pero no pudo resistirse, se dirigió a ella y... le preguntó la hora (y porque ya estaba demasiado cerca y con el gesto de querer decir algo). Ella, con un gesto de desagrado le respondió desagradablemente que no tenía reloj, ni móvil, ni nada y volvió la mirada a otra parte. Tras siete intentos en el último mes,  no había conseguido enamorar ni pedirle matrimonio a ninguna de las desconocidas que se encontraba en el bus. Estaba decepcionado, desesperado. A la mañana siguiente, y tras más de setenta años cogiendo el mismo bus, cambió de línea para dirigirse al centro.
Anciano Afligido, Vicent Van Gogh.

DESESPERACIÓN.

Le dijo bajo la tenue luz y entre lágrimas que quería otra oportunidad, no para él, si no para los dos, para mejorar todo lo anterior, para vivir otra historia en la que las intenciones se convirtieran en hechos y los sentimientos en palabras y caricias. Ella no sabía que sentía, su duda era dolorosa, paralizaba sus besos, su cariño. Él no sabía que podía ser lo mejor, ni para él, ni para ella, ni para ellos. Él, cobarde se moría poco a poco, la situación le ahogaba, la aparente indiferencia de ella era como agua a presión chocando contra su nariz, su boca y sus ojos. En la espera acabó esta historia, que en sí, fue historia, porque de algún modo, acabaría. Quizá, lo efímero se hizo eterno... 
Las lágrimas de Narciso, Guillermo Pérez Villalta.