domingo, 19 de enero de 2014

EL VIAJE EN TREN.

Miró por la ventanilla, veía pasar los verdes bosques y las colinas. El ruido del tren le acababa de despertar tras unas horas durmiendo. Seguía cansado. Miró a su alrededor, todos dormían. Todavía quedaba alguna hora que otra para llegar al destino. Estaba atardeciendo, el sol pintaba de naranja y morado las escasas nubes que pasaban por allí. Sólo se escuchaba el ruido del tren y un niño llorando dos vagones más atrás. No pensaba, solo observaba, seguía un poco adormecido. Miró su billete, era un papel impregnado de melancolía, tristeza, esperanza e ilusión. Se sentía raro, nunca había salido de su país y se encontraba ya a kilómetros de la frontera. Llegaría en un par de horas a un pueblo del norte de Francia, donde tendría una nueva vida, llena de incertidumbres y un destino, ante todo, incierto. Se encontraba allí, sentado, mirando por la ventanilla, con el último sol de su vieja vida. Se encontraba ante el último sol de una era, era donde la felicidad dio paso a la tristeza y esta, finalmente, acabó con la era. Una era que debía morir, y él, se lo puso fácil. Miró un segundo hacia atrás, pero supo que no era la aptitud adecuada. Corrigió su mirada y se quedó dormido viendo como el viejo sol se moría tras una colina, apagándose y dando lugar a la noche de la transición entre eras. 
The River, Terence Cuneo. 

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