lunes, 3 de febrero de 2014

PESADILLA.

En la escena, una mujer paría, entre sangre y flujos, y dolor. Un cura al lado la bendecía, con una cruz dorada. Nadie asistía a la mujer. Los gritos de sufrimiento retumbaban en aquella pequeña sala. Entraron por la única puerta un coro gregoriano, unos monjes ataviados con sus túnicas. Se situaron delante de la parturienta. Los alaridos y el canto de los monjes se mezclaban en una extraña y novedosa armonía. Uno de los monjes, separado del grupo, vende los CDs y las camisetas del monasterio, no se sabe muy bien a quien. La mujer, desangrándose y entre gritos y susurros, le pide al monje un CD, el último que salió al mercado. El monje se acercó a ella y le vendió el CD, de regalo, en un acto de caridad cristiana, una pequeña camiseta para el crío que estaba asomando de entre las piernas de su madre. Los monjes seguían cantando, al mismo tono, sin sobresalir ninguno sobre el resto, lo único que desentonaba eran los gritos de la mujer, que se fueron apagando poco a poco. Las muerte de la mujer, y del recién nacido, entre sangre y flujos, dieron por finalizado el concierto de los monjes, que fueron saliendo, en fila, de uno en uno, por la puerta. El cura, bendijo por última vez a la mujer y siguió a los monjes.
La maestá. La muerte de la Virgen, Duccio di Buoninsegna.

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