lunes, 24 de marzo de 2014

LA ESTRELLA.

Miraba al cielo, ilusionada, las estrellas se movían a lo lejos, eran inaccesibles, o eso parecía. Su sonrisa silenciosa callaba más que mostraba, su sonrisa era una implosión sutil, transparente. Sus ojos lucían, brillaban, se sumaban al resplandor de aquel firmamento, de aquel momento. Estaba tumbada y comenzó a jugar con las estrellas. Poco a poco, parecía que las estrellas bajaban. En un instante, una estrella fugaz comenzó a rodear sus dedos, suavemente. Era cálida, no quemaba. Sabía que no podía dejar pasar la oportunidad de atraparla, de encerrarla entre sus manos. También era consciente de que se apagaría, como todas las estrellas fugaces. De esta manera, juntó sus dos manos, formando un espacio en el que quedó encerrada la estrella. Notaba su calor en las palmas de sus manos, su sonrisa se esparció lentamente por su cara, como el vino que fluye de las botellas, como la lluvia sobre la mar. Sus ojos brillaban con más intensidad, pero la estrella comenzó a apagarse, ella lo sabía. En un acto de falsa esperanza, abrió sus manos, dejando que la estrella, a punto de apagarse, subiera el cielo, esperando que en algún momento volviera, esperando poder notar aquella calidez en un futuro, que se le antojaba no muy tarde.
Podría parecer un sueño, podría parecer una fantasía, podrían llamarla loca, pero sus palmas seguían cálidas, aquellas palmas que esperaban, sin prisas y con parsimonia, la vuelta de aquella estrella. 
Dieto Derichs.

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