Vestido bajando la escalera, Eduardo Arroyo.
sábado, 8 de febrero de 2014
EL NIÑATO.
¿Qué eran las luces si no un colorante de la oscuridad? Era una pregunta absurda que se le venía a la cabeza cada vez que se levantaba (así le iba). Se obsesionó con la relatividad, con las dudas existenciales y con las tetas de su vecina. Era un adolescente perdido, asocial y marginado, pero del grupo de marginados que se marginan con razón. Era un niñato que se creía superior por preguntarse gilipolleces al amanecer. Babeaba con su vecina, daba asco. Repugnaba a medio instituto, la otra mitad ni se percató de su existencia. Era repelente, un salido que leía libros que no entendía. Estaba muy delgado, iba sucio a clase y usaba tirantes (esto último era motivo de burla de profesores y conserjes). Lo peor de todo es que era feliz, que disfrutaba de las burlas, de la marginalidad más asquerosa y repugnante al que pueden destinar a alguien. Gozaba con mirar a su vecina fijamente con una mirada repulsiva mientras se tocaba su paquete (realzado por la tensión de sus tirantes). Era feliz, pero asqueroso.
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